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La migración no es mala, pero hay límites.

La migración es un derecho humano y una necesidad para millones de personas que huyen de la pobreza, la violencia o la falta de oportunidades. Muchos países han sido históricamente construidos gracias a la diversidad cultural que la migración aporta, y en general, sus beneficios económicos, sociales y culturales son innegables. Sin embargo, cuando los flujos migratorios son desordenados, desregulados y superan la capacidad de respuesta del Estado, pueden surgir consecuencias negativas, como el aumento de la inseguridad, que hoy preocupa a diversas sociedades alrededor del mundo.

En los últimos años, algunos países han experimentado un repunte en los índices de violencia y criminalidad justo en paralelo con oleadas migratorias sin control. Este fenómeno no significa que los migrantes sean responsables directos de la inseguridad, pero sí evidencia una falta de políticas públicas eficaces para su integración social, laboral y cultural. Cuando las personas migrantes no encuentran oportunidades legales para subsistir, algunos pueden caer en redes de criminalidad, muchas veces como víctimas y otras como participantes, alimentando actividades delictivas como el narcotráfico, la trata o el robo.

Además, la infiltración de grupos delictivos que cruzan fronteras aprovechando la falta de controles rigurosos ha encendido alarmas en diversas regiones. En algunos casos, organizaciones criminales se valen de rutas migratorias para expandir su influencia y operar en territorios donde antes no tenían presencia. Esto ha generado miedo y rechazo entre la población local, afectando también la percepción pública hacia los migrantes, incluso hacia aquellos que solo buscan una vida digna.

La sobrecarga de los sistemas de seguridad y justicia también es un factor importante. Cuando miles de personas ingresan a un país en un corto periodo de tiempo, sin un registro adecuado, se vuelve muy difícil mantener el control, verificar antecedentes o monitorear actividades sospechosas. Esta falta de orden afecta tanto a las comunidades receptoras como a los propios migrantes, que muchas veces terminan siendo estigmatizados o ignorados por las autoridades.


La migración no es mala. Es, de hecho, un motor de renovación humana y cultural. Pero ignorar los límites y no gestionar este fenómeno con seriedad puede abrir la puerta a consecuencias graves, como el aumento de la inseguridad. No se trata de cerrar fronteras, sino de establecer políticas firmes, humanas y responsables que garanticen el control, la integración y la seguridad para todos. Los países necesitan defender su soberanía y proteger a sus ciudadanos, sin perder de vista la dignidad de quienes migran por necesidad. El equilibrio entre humanidad y firmeza es la clave para que la migración siga siendo una oportunidad y no una amenaza.