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Las huellas del socialismo en Ecuador: entre la promesa y la fractura
El socialismo en Ecuador, especialmente el impulsado durante la llamada «Revolución Ciudadana», liderada por Rafael Correa entre 2007 y 2017, dejó una huella profunda en la historia reciente del país. Prometiendo justicia social, soberanía y redistribución de la riqueza, este modelo atrajo el apoyo de millones de ecuatorianos que se sentían marginados por décadas de neoliberalismo. Sin embargo, como ha ocurrido en otros países de la región, la implementación de un socialismo centralizado y altamente dependiente del poder ejecutivo trajo consigo una mezcla de avances sociales y severas consecuencias institucionales, económicas y políticas.
Uno de los logros más destacados durante los primeros años del socialismo correísta fue la inversión masiva en infraestructura y programas sociales. Se construyeron hospitales, escuelas, carreteras y se amplió el acceso a servicios básicos. La pobreza disminuyó en términos relativos y se impulsaron políticas que fortalecieron la presencia del Estado en sectores estratégicos como el petróleo, la energía y las telecomunicaciones. Estos avances, sin duda, representaron mejoras palpables para muchos ciudadanos.
No obstante, el modelo también mostró rápidamente sus límites. La excesiva concentración de poder en el Ejecutivo, la debilidad de los controles institucionales y la persecución a voces críticas –desde medios de comunicación hasta miembros de la oposición– revelaron un sistema cada vez más autoritario. Se manipuló la justicia, se cooptaron instituciones clave y se promovió una narrativa polarizante que dividió al país. La corrupción, especialmente en los últimos años del correísmo, alcanzó niveles alarmantes, con casos emblemáticos como Odebrecht y sobornos en contratos estatales.
Económicamente, el modelo resultó insostenible. El socialismo ecuatoriano dependía en gran parte de los altos precios del petróleo, y cuando estos cayeron a partir de 2014, el país entró en una crisis fiscal severa. El gasto público sobredimensionado, sumado al endeudamiento externo y a la falta de diversificación económica, dejó a Ecuador con una deuda creciente y con escaso margen de maniobra. A diferencia de otros países con moneda propia, Ecuador –dolarizado desde el año 2000– no podía devaluar su moneda para enfrentar la crisis, lo que agravó aún más la situación.
Las consecuencias también se sintieron en el plano democrático. La relación entre el Estado y los ciudadanos se tornó vertical, con un discurso que desacreditaba cualquier forma de disenso. Se debilitó la libertad de prensa, se restringieron espacios de participación ciudadana y se promovió una visión única del país desde el poder, dejando poco espacio para la crítica y el debate plural.
Hoy, Ecuador sigue enfrentando muchas de las secuelas de ese período. La polarización política continúa, la desconfianza en las instituciones es profunda, y la economía lucha por recuperar estabilidad. Aunque algunos aún defienden las políticas de aquel tiempo por sus logros sociales, otros advierten que los costos estructurales y democráticos han sido demasiado altos.
Las lecciones del socialismo en Ecuador son complejas. No se puede negar que hubo avances importantes en inclusión y presencia estatal, pero también quedó claro que sin transparencia, institucionalidad fuerte y apertura democrática, incluso las mejores intenciones pueden derivar en autoritarismo y crisis.
En definitiva, el socialismo aplicado en Ecuador no fue solo una ideología: fue una práctica de gobierno que transformó al país en múltiples niveles. Comprender sus consecuencias, tanto positivas como negativas, no es un ejercicio de nostalgia ni de revancha, sino una necesidad para no repetir los errores del pasado. Porque las ideas, por sí solas, no salvan ni hunden a un país; lo hacen quienes las llevan al poder y cómo las ejercen.