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«El pobre es pobre porque quiere»: El espejismo neoliberal de los influencers de cartón

En las últimas décadas, el auge de las redes sociales ha dado paso a una nueva élite de figuras públicas: los influencers. Muchos de estos autoproclamados gurús del éxito financiero han promovido una narrativa simplista y profundamente peligrosa: “el pobre es pobre porque quiere”. Esta afirmación, desprovista de contexto histórico, económico y geopolítico, no solo es intelectualmente deshonesta, sino también una forma de violencia simbólica que refuerza las desigualdades estructurales globales.

Desde una perspectiva geopolítica, es fundamental entender que la pobreza no es una elección individual, sino el resultado de siglos de relaciones desiguales entre naciones, políticas económicas impuestas por organismos multilaterales, y sistemas financieros diseñados para beneficiar a una minoría. Países del Sur Global, por ejemplo, han sido históricamente subordinados a los intereses de potencias económicas mediante deudas impagables, tratados comerciales asimétricos y la extracción sistemática de recursos. Pretender que un individuo en estas condiciones pueda «salir adelante» solo con actitud positiva es una burla al peso de estas estructuras.

Los influencers que romantizan el «emprendimiento» descontextualizado —generalmente desde países con infraestructura sólida, acceso a crédito, estabilidad institucional y herencias invisibles— ignoran deliberadamente que la movilidad social no opera igual en todo el mundo. En muchos países, nacer en la pobreza significa heredar también la falta de acceso a salud, educación de calidad, redes de contacto, y protección legal. El mito del «self-made millionaire» no es más que un instrumento del capitalismo tardío para culpabilizar al pobre por su situación.

Además, el impacto psicológico de esta narrativa es profundo. En lugar de cuestionar las causas estructurales de la desigualdad, se internaliza la culpa: si no tienes éxito, es porque no te esforzaste lo suficiente. Esta lógica no solo invisibiliza las barreras reales, sino que también desactiva la crítica social, erosionando la posibilidad de organización colectiva y resistencia política.

Desde el punto de vista económico, esta retórica sirve a los intereses de las élites. Mientras la población se entretiene viendo “cómo hacerse millonario en 30 días” o “cómo ganar dinero pasivo desde tu sofá”, se naturalizan políticas neoliberales que recortan derechos laborales, privatizan bienes comunes y promueven la precariedad como estilo de vida. Así, el falso influencer rico se convierte en un instrumento más del sistema, no en una prueba de que este funciona.

La hipocresía es aún más evidente cuando se revela que muchos de estos influencers no son verdaderamente ricos. Su riqueza es performativa: autos alquilados, escenarios falsos, cursos de dudosa calidad y seguidores comprados. Monetizan la desesperación ajena prometiendo fórmulas mágicas, cuando en realidad su modelo de negocio depende de explotar la esperanza de quienes menos tienen.

En el contexto actual, donde el mundo enfrenta múltiples crisis —climática, energética, migratoria y económica— seguir promoviendo este tipo de discursos es irresponsable. En lugar de fortalecer el pensamiento crítico, se fomenta el conformismo disfrazado de ambición individual. Y, lo que es más peligroso, se desacredita la lucha por modelos económicos más justos y sostenibles.

Decir que “el pobre es pobre porque quiere” es negar la historia, la geografía y la política. Es reducir un fenómeno complejo a una caricatura moralista al servicio del statu quo. En lugar de seguir romantizando la meritocracia vacía que venden los falsos influencers, urge promover una educación crítica que comprenda la pobreza como un problema estructural y colectivo. Solo así podremos aspirar a un mundo donde el éxito no sea una ilusión al alcance de unos pocos, sino un derecho compartido por todo.