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La valentía de decir lo que sientes, aunque signifique alejarte
Decir lo que uno siente nunca ha sido fácil. Nos han enseñado a medir, a callar, a esperar el “momento correcto” que muchas veces nunca llega. Guardamos palabras por miedo a que cambien las cosas, por temor a que lo que digamos provoque distancia, rechazo o incomodidad. Pero también es cierto que no decirlas puede ser igual o más doloroso. Porque los sentimientos no compartidos no desaparecen; simplemente se transforman en silencio, ansiedad o en una versión de nosotros que empieza a vivir a medias.
Hay una idea equivocada de que hablar desde el corazón puede arruinar una relación o una conexión. Pero si lo que sentimos tiene el poder de romper algo, tal vez lo que existía no era tan sólido como parecía. Ser sinceros no es destruir, es revelar. Y aunque es verdad que eso puede incomodar o cambiar la dinámica con la otra persona, también es la única manera de construir algo auténtico. Guardarse lo que uno siente puede parecer más fácil, pero a la larga desgasta. Uno se convierte en actor de una historia que ya no representa lo que vive.
Muchas veces, el miedo a hablar nace de la ilusión de controlar el resultado. Pensamos que si no decimos nada, podemos mantener cerca a esa persona, seguir compartiendo su presencia sin arriesgar el vínculo. Pero lo cierto es que ese silencio también crea distancia, aunque sea más difícil de ver. Una relación sin verdad empieza a ser una relación incompleta. Y en algún punto, lo que no se dice se interpone más que lo que podría haberse dicho.
Ser honesto con lo que sentimos no siempre nos garantiza una respuesta positiva. A veces, la otra persona no siente lo mismo. A veces, no está lista. A veces, simplemente no quiere o no puede corresponder. Pero incluso cuando la respuesta no es la que esperamos, la claridad que trae la sinceridad es mucho más valiosa que la duda prolongada. Saber dónde estás parado te permite avanzar, aunque duela. Quedarse en la incertidumbre perpetua por no hablar solo aplaza un dolor que, tarde o temprano, llega igual.
También puede pasar lo contrario. A veces creemos que estamos solos en lo que sentimos, y no es así. Pero nadie sabrá qué pasa dentro de ti si no lo dices. Y si al compartirlo abres una puerta, incluso una pequeña, habrás dado un paso enorme. Porque hablar de lo que uno siente no es solo por el otro, es también por uno mismo. Es una forma de respeto hacia tu verdad, hacia tu tiempo y hacia tu forma de querer.
Hay quienes prefieren las relaciones en las que “todo fluye” sin hablar demasiado, sin etiquetas, sin expectativas. Pero esa aparente paz muchas veces es solo miedo disfrazado de modernidad. Hablar claro, sentir sin miedo, pedir lo que necesitas o expresar lo que te duele no es una debilidad: es madurez emocional. Y si eso incomoda a alguien, probablemente ese vínculo no tenía espacio para todo lo que eres.
En el fondo, ser sincero con lo que sientes es un acto de amor, pero no solo hacia otra persona: también —y sobre todo— hacia ti. Porque nadie debería vivir guardando palabras que necesitan ser dichas. Porque el silencio puede cuidar una relación por un tiempo, pero solo la verdad la hace crecer. Y si decir lo que sientes te aleja de alguien, quizá ese alguien ya estaba lejos. Lo que importa es que tú estés más cerca de ti.